¿Qué se esconde detrás de un ataque de pánico?
Cuando percibimos el cuerpo, este necesariamente estará influenciado con un determinado modo de pensar, tan nuestro, tan individual como fue construido con nuestra propia historia.
Sobre esa forma de percibir nuestro ser corporal histórico, influidos por nuestras experiencias de toda una vida, en el que también aparecerán temas actuales, imprevistos y cargados de la intensidad de aquello que es aparentemente desconocido y reciente, desencadenando reacciones físicas que van de desagradables a insoportables, a esto me gusta llamarlo sentimiento postural negativo.
El sentimiento postural negativo, es aquel que nace de las emociones simples de sentir, y que se hace más complejo con la suma de las experiencias de nuestro cuerpo, las que preferimos guardar y recordar, y también de las olvidadas.
Principalmente estas últimas las que creemos caídas en el olvido, se hacen presentes de forma explosiva, corta e intensa y sin entenderlas aparentemente.
Las supuestas formas de pensar temas actuales imprevistos y desconocidos, no son más que recordatorios de otras emociones olvidadas que tiempo atrás nos impactaron y generaron miedo.
Las explosiones corporales se expresan con síntomas como ahogo, sensación de desmayo, vértigo, irrealidad.
Un ascensor que se detiene unos pocos minutos, genera tal claustrofobia que raya en la desesperación. Un centro comercial repleto de gente, produce vértigo o mareos que supone irse con desesperación.
Si bien es cierto que con la mente consciente podemos gobernar el cuerpo, no olvidemos que las sensaciones del cuerpo, nos enseñaron el camino de la construcción de la mente y su consciencia.
Cuando el sentimiento postural negativo se expresa con malestar, es un verdadero reclamo de las bases de nuestro cuerpo y también del gobierno de una mente confusa sin ideas claras.
Si después de dormir toda la noche nos levantamos más cansados que al acostarnos, la mente y nuestra forma de pensar esclavizan al cuerpo.
Las circunstancias que nos rodean y atrapan, doblegan la libertad de pensar una vida que dignifique nuestro sentimiento postural, un modo de estar en el mundo de pie, sin tener que pagarlo con el sufrimiento de síntomas.
Mientras parecer sea más importante que ser, tendremos sentimientos posturales negativos.
Si tuviéramos que pagar por las reacciones frente a las adversidades de la vida, lo haríamos con monedas donde una de sus caras sería el miedo y la otra la agresividad.
Alguien muy agresivo está lleno de miedo, y una persona temerosa es potencialmente agresiva, sobre todo en situaciones límites. Mínimamente todos reaccionamos con la emoción del miedo ante circunstancias cotidianas; tenuemente nuestra emoción de agresividad está presente en nuestro accionar, es nuestra biología. En nuestro ADN están inscriptas estas emociones básicas de supervivencia.
Los sentimientos de agresividad y miedo, se mezclan con las emociones y el
aprendizaje cultural que forma cada modo de pensar las situaciones cotidianas.
El cuerpo es el receptor inicial de sentir miedo o agresividad, aunque es imposible separar ambas emociones y sentimientos.
En el cuerpo se debate la idea de huir o enfrentar cada situación cotidiana.
Puede ser que rotularlo como stress, haya logrado sumergirlo hasta el olvido en la cultura actual, en la que siempre hay miedo y agresividad en vivir la vida.
El cuerpo se resiente con la vida misma tal como la ejecutamos hoy.
Cada segmento corporal, cada cadena muscular y cada órgano, tienen una representación simbólica de la mezcla indivisible de estas emociones y sentimientos. Interpretarlos, es leer la partitura de la vida de cada ser en su historia y presente.
La dificultad de ver lo obvio, es que no siempre aquello que creemos obvio lo es para todos, ya que muchas veces se mira por el ojo de la cerradura cuando la puerta está abierta y desde ese pequeño espacio se abre un juicio torpe, el prejuicio.
El prejuicio es madre y padre de muchos conflictos, porque aquel que pide ayuda y realmente no se deja ayudar, se dedica a lamentarse que es una buena forma de justificarse y ver enemigos donde no existen, es recrear fuerzas del mal en un ejército fantasma.
Los prejuicios nacen de formas de pensar de aquellos que se suponen en condiciones de establecer qué esta bien y qué esta mal, acomodar la realidad a su conveniencia, esta es la solución que encuentra el negador.
Los ojos son órganos maravillosos que nos permiten ver el mundo que nos rodea.
La conciencia es una suerte de órgano que puede poner luz, en aquello que no vemos en nuestro interior.
Sin luz en nuestro interior no habrá memoria, sin memoria no habrá recuerdo, pero de ninguna manera habrá olvido, siempre una emoción aflorará.
Si pensamos sobre esta tendremos un sentimiento, si no lo entendemos será señal de falta de no ver por dentro aquello que tan fácil vemos en otros.
El cuerpo tiene sus motivos para quejarse y siempre lo hace con malestar.
La autocontemplación del cuerpo en bienestar solo se logra desde la sinceridad con uno mismo. Las emociones periféricas corporales, como la sudoración en las manos, escalofríos, aumento de la tensión muscular, y otras tan características, siempre preceden a los sentimientos tempestuosos.
Las emociones corporales van en nuestro ADN y reaccionan ante un estímulo competente, siempre de la misma forma.
Los sentimientos tempestuosos son adquiridos según la cultura que nos rodea y la historia personal, tan individual de desarrollar nuestro modo de pensar y percibir la realidad.
Todos los seres humanos pueden tener ataques de pánico, transpirar, sentir rigidez corporal, vértigos interminables y profundo miedo.
Algunos los padecen una vez y lo recuerdan como su peor experiencia, otros conviven a diario con ellos.
La falta de salida a esa idea tan escondida, que ni siquiera la entendemos, se aparece disfrazada de repente en un ascensor que se detiene bruscamente, o en un túnel que atravesamos en tren, o un atasco automovilístico, y todo se trasforma en un vértigo con náuseas o sensación de desvanecimiento, o un fuerte ahogo, o cualquier otra emoción corporal.
Luego cuando pasa, sólo se piensa en el maldito ascensor, el túnel o el atasco.
Cuando se convive con el pánico se suele pensar en una enfermedad grave que nadie sabe diagnosticar.
Nada como un culpable exterior para justificar esa idea insoportable que no queremos recordar, y ese cuerpo que no sabemos sentir.
Los sentimientos tempestuosos del pánico, son hijos de un pasado mal percibido y peor pensado; en el presente suelen aparecer fantasmas tempestuosos que recrean el espíritu de algo vivido con mucho desagrado, de un hecho insoportable de otra época de la vida.
Un signo claro de la evolución humana es poder transformar las sensaciones en sentimientos.
La capacidad que desarrolló nuestro cerebro en cartografiar dentro de él, áreas que interpretan sensaciones y emociones básicas provenientes de nuestro cuerpo, para devolverlas nuevamente al cuerpo con la carga afectiva de nuestros pensamientos y modificar el estado corporal, son la base de la evolución de nuestra especie como seres sociales. Sabemos y bien, que no hemos pensado siempre igual, ni que todas las sociedades lo hacen de igual forma. Hay sociedades más corpóreas, propensas a los abrazos, besos y formas espontáneas de expresarse corporalmente. Otras en cambio, son rígidas y protocolares en cuanto a la forma de expresarse físicamente. La diferencia no está en la forma de sentir las emociones, la diferencia está en la forma de influir con el pensamiento los sentimientos y su forma de expresarlos.
Esconder o demostrar marca la diferencia, guardar afecto consume energía, y los afectos guardados ocupan lugares innecesarios, con tensiones musculares, articulaciones rígidas y posturas torpes u hoscas.
Expresar sentimientos, es comunicar liberando afecto con el poder gratificante del placer de emocionarse y emocionar.
En posturología se lee el modo de estar de un cuerpo, por lo tanto, un cuerpo rígido, gestos disimulados, no hacen más que contarnos de alguien que quiere esconder lo que siente. Por el contrario, gestos exagerados, posturas ostentosas, nos hablan de personas que sobreactúan su realidad. La espontaneidad del cuerpo en sus gestos, movimientos y posturas, es vivirlo con naturalidad.
Estamos acostumbrados a pensar que un ataque de pánico, es únicamente algo similar a un infarto sin que este suceda; dolor de pecho, ahogo, sudoración, y la clara sensación de la inminente e irremediable pérdida de la conciencia.
Las crisis de ansiedad, son un exceso de energía psíquica producto de hechos y circunstancias emocionales no resueltas, que no están nada claras en la conciencia, disfrazadas de olvido pero bien guardadas en el recuerdo en la parte más íntima del ser, y se descargan abruptamente sobre el cuerpo en muchas formas e intensidades.
Podemos decir sin temor a equivocarnos, que la ansiedad tiene mil caras.
1) vértigos y mareos que no se explican con exámenes tradicionales.
2) dolores de cabeza permanentes sin diagnóstico claro.
3) dispepsia, náuseas, gases, diarreas, estreñimiento, todos estos problemas digestivos sin virus ni bacterias, ni dietas o atracones que los justifiquen.
4) miedo y rigidez corporal sin causa aparente.
5) adormecimiento de la cara o un brazo.
Y tantas formas que se repiten sistemáticamente que pueden durar días, meses o años.
El síntoma por el síntoma mismo, el síntoma que obsesiona como “supuesta enfermedad” y no deja pensar en el propio ser, en su triste existencia e historia sin reflexión.
Dentro de un equilibrio emocional, aún siendo este malo, si se lo va a romper hay que estar seguros hacia dónde queremos ir en el nuevo estado.
La experiencia indica, que aquellas personas acostumbradas a una vida insatisfecha, de la cual se quejan sistemáticamente con o sin razón, desarrollan una suerte de equilibrio emotivo.
Cuando se rompe este equilibrio, y no hay un camino de ida hacia un lugar certero emocionalmente hablando, se cae en la desesperación y pánico.
Saber contener las vicisitudes de un cambio y guiar el mismo a buen puerto, es una tarea terapéutica básica, elemental e imprescindible.
Los tratamientos somato-emocionales no son una aventura, por el contrario, son la comunión entre la valentía de alguien que quiere cambiar y un terapeuta que sabe cómo hacerlo.
Porque nada peor que un terapeuta en pánico y desorientado justificándose con la desesperación del paciente.
El paciente sí puede entrar en pánico y desesperación durante un cambio, pero los conocimientos científicos, la experiencia de muchos años, y la humanidad esperada en un terapeuta, son los elementos que van a contener las emociones y sentimientos del cuerpo del paciente; como su manera de pensar, que ahora busca cambiar y transformar las insatisfacciones en una vida, una calidad que como mínimo le de satisfacción en los tantos hechos cotidianos que durante años no se han sabido valorar adecuadamente.
La interacción de un número tan grande como imposible de contar de células, forma una sociedad reglamentada de miembros cooperativos, conformando al ser humano.
Todos juntos se escribe separado, y separado, se escribe todo junto. La realidad de los hechos no es un juego de palabras y el cuerpo no es una excepción. La mente surge del cuerpo y ella es su gobierno.
Sin cuerpo no hay mente, psiquis o como quieran llamarlo.
Nuestro aparato psíquico interpreta el mundo exterior y vuelca sobre el cuerpo, una concordancia con el mundo que percibe.
Si el mundo exterior supera las posibilidades de convivencia, el cuerpo se resiente, si nuestros pensamientos deforman la existencia verdadera también este se resiente.
Por tanto, interpretar el mundo es fundamental para el bienestar o malestar corporal.
Salud y enfermedad, es un difícil equilibrio entre las tantísimas unidades de vida que nos componen; la interacción de esa sociedad vital que es el ser humano y la correcta interpretación de nuestra mente de un mundo tan grande
y cambiante, son la realidad misma.
Lo real es lo que pasa, realidad es aquello que creemos que ocurre. El cuerpo refleja la realidad de cada ser humano.
Resolver los problemas que nos plantea el futuro, no solo depende de la lógica que se utilice; esta lógica en principio, puede ser la más apta, pero las emociones y sentimientos que nos augura el cuerpo con respecto a esa resolución tomada, son tan importantes como el razonamiento empleado.
Si sentimos vergüenza, simpatía, alegría o tristeza por la acción futura, son emociones concretas del cuerpo que nos recuerdan hechos pasados de similares características.
La intuición se expresa por nuestro cuerpo, y es un saber inconsciente guardado que se hace presente a modo de señal. Advertirlo y entenderlo es un arte de empatía social. Negarlo es ahorrar para pagar corporalmente fobias futuras.
Ese vértigo y mareo que ocurre justo en una entrevista laboral importante, olvidarse esa respuesta que tan bien sabíamos, tartamudear en el preciso momento que entra esa persona que nos impone respeto, o ese dolor de cabeza frente a ese problema que sabemos resolver pero no nos dejan aplicar nuestro método.
La historia nos ha demostrado que cuanto más grande es la mentira, más gente cree en ella y por más tiempo.
Pero también, por más grande que sea la mentira, nunca dura para siempre.
¿Qué pasa con la verdad? cuanto más grande, menos gente cree en ella. Nadie demostró si hay vida después de la muerte, pero por saber que la muerte existe, sabemos que estamos vivos.
Si la verdad de estar vivos se reconoce en nuestro cuerpo a cada instante, ¿por qué no vivimos en plenitud? ¿por miedo a aquello desconocido e imprevisible? El miedo no mata, pero duele, paraliza y enferma.
He visto demasiados cuerpos jóvenes envejecidos por lo miedos, y muy pocos cuerpos añosos jóvenes por vivir en plenitud.
No es cierto que la vida sea corta, porque la vida amargada y sufriente puede parecer eterna.
El que espera que todo se lo den, recibe muy poco. El que busca sin saber qué busca, nunca encuentra.
Una vida plena, es ir a buscar aquello que sabemos que nosotros queremos, sin importar que le guste a otros, y por supuesto lo que hacemos, no debe perjudicar a nadie.
La mente es la representación en imágenes, olores, sonidos, palabras, frases, y todos los elementos que alguna vez nos emocionaron y forjaron sentimientos.
En el largo camino de la evolución humana, fueron las emociones simples y sentimientos de relativa complejidad, los que nos llevaron a desarrollar un cerebro como el actual, tan grande como nunca en millones de años, y tan interconectado entre sus componentes que el número de vías asociativas es sencillamente incalculable.
Nuestro ADN lleva el código de toda la evolución y por eso hoy tenemos mente, para recrear pensamientos desarrollados y complejos.
Existimos como especie durante mucho tiempo, evolucionamos con cambios anatómicos, morfológicos y fisiológicos hasta tener la posibilidad de pensar.
El cuerpo se emocionó, luego formó sentimientos, y una compleja trama nos dio una memoria increíble y la capacidad de asociar recuerdos para dar una mente con la que podemos pensar.
Los pensamientos son abstractos y surgen de representaciones mentales también abstractas.
Pero todo empezó en un cuerpo; este a fuerza de sentir y emocionarse, desarrolló un cerebro pensante.
Pienso luego existo, dijo el filósofo.........pero desde que su cuerpo no tiene vida, no nos dio más pensamientos...... ¿se puede pensar sin existir? Hoy, siglos después, sabemos con certeza, que si tengo cuerpo y se emociona tengo sentimientos que estimulan a mi cerebro y luego pienso.
En la teoría abstracta todo es posible, pero en la realidad de existir en un cuerpo, es bueno emocionarse, no reprimir, forjar sentimientos, luego vendrán los pensamientos tan libres como libre de sentir sea tu cuerpo.
¡Pensar, es la maravilla de un cuerpo que existe! Nuestra mente es capaz de percibir una innumerable cantidad de hechos y situaciones que ocurren a nuestro alrededor, que es directamente proporcional a la capacidad de nuestro cuerpo de sentir el mundo que nos rodea.
El mal estado cotidiano de nuestro cuerpo sin que sea enfermedad, condiciona nuestra capacidad de percibir el entorno, por lo tanto, nuestra mente representará una realidad distorsionada.
Un cuerpo con rigideces musculares, un sistema digestivo disfuncional con estreñimiento, mas los dolores propios de un cuerpo rígido y agotado, representarán en nuestra mente un entorno inflexible e intoxicado en cuanto a los sentimientos que damos y recibimos.
Es cierto que la realidad que nos rodea en la sociedad actual, valora más el rendimiento de las personas que la esencia misma de estas. La ética de hoy vale mas por tener, que por ser.
Frente a una sociedad vacía de contenidos y rica de apariencias mundanas, es normal encontrar cuerpos rígidos, dolorosos, con problemas digestivos, mas vértigo, mareos, y cuanto síntoma o disfunción le de a nuestra mente motivos de introspección corporal que nos aísla en el síntoma y no nos deja ver con claridad la vida que nos rodea.
Querer cambiar el mundo es utópico; cambiar el entorno que nos rodea, es posible.
Tener un cuerpo sin ataduras musculares que son madre de muchas disfunciones y dolores, no solo es posible, es una obligación para tener una mente libre de fobias y obsesiones.
Porque de fóbicos y obsesivos se alimenta la sociedad del rendimiento, aquella que premia la apariencia mundana y olvida desarrollar la esencia del ser.
Tenemos por costumbre, mala costumbre, atribuir la capacidad intuitiva de una persona a fenómenos inciertos, dones exclusivos y en el peor de los casos, a actividades esotéricas.
Nada más alejado de la realidad y la verdad. Cuantos más conocimientos acumule un individuo y más reflexione sobre estos, mayor será su capacidad de anticiparse a los acontecimientos venideros.
La intuición, es el conocimiento inconciente almacenado por la experiencia, reflexión continua, y adquisición del conocimiento certero.
Esa respuesta justa en el momento que todos callan, está guardada en nuestra memoria esperando el momento de salir al ruedo de la vida de relación con nuestros pares, y siempre encuentra su ocasión.
Ninguna experiencia, ni conocimiento, ni reflexión, se pueden realizar sin un cuerpo receptor de sensaciones que emocionan, y producción de sentimientos con reflexión y razón de serlos.
Tener conciencia de si mismo, es saber que soy objeto, soy mi cuerpo. Pero también soy sujeto, ya que con mi cuerpo construyo una historia de vida única e irrepetible.
La unidad biológica del cuerpo está dada por la herencia de nuestro ADN, provee semejanzas de familia y de razas, pero por sobre todo, igualdad como especie, la humana, única con conciencia de si misma.
La diversidad cultural de la sociedad que habitamos, nos diferencia de otras sociedades; la heterogeneidad de los grupos de pertenencia caracteriza a las familias, y las vivencias dentro de estas dan en suma la individualidad de un ser. Unidad biológica y diversidad cultural forman el núcleo de identidad de una persona. La personalidad varía con los años y las experiencias, aumentando y variando nuestro núcleo de identidad.
En la medida que nos alejamos de nuestro núcleo de identidad como ser individual, con origen en una historia familiar, pertenecientes a una sociedad formada por individuos de una especie que evolucionó desde la transformación de su cuerpo, creando un cerebro tan complejo que dio una mente con extraordinaria memoria y conciencia de si mismo.....ese alejamiento de la propia identidad, nos recordará que somos el cuerpo, y lo hará con síntomas y malestar. La conciencia del síntoma será sufrimiento, y la gran memoria no será olvido, sino "misterio", la conciencia de este, será miedo.
A pesar de esto, vivimos tiempos donde el sufrimiento y el miedo son la identidad de muchas personas que eligen vivir en el "misterio", a reconocer las verdades de la vida cotidiana.
En su libro el “Origen de las Especies”, Charles Darwin nos decía que sobreviven los que mejor se adaptan; equivocadamente quedó en el vulgo como idea, que sobrevivirán los más aptos.
El que alguien sea apto o muy apto para algo, no significa en modo alguno que se adapte a lo nuevo, ni mucho menos que se anticipe a los próximos cambios, solo fue apto en el pasado.
Darwin en esto se refería a las especies en la larga evolución; las que evolucionaron al cambio sobrevivieron, las otras desaparecieron.
Pero bien puede aplicarse a la vida de cada persona en todo su recorrido desde el nacimiento hasta el final de sus días.
Si solo recordamos aquello que podemos soportar, el resto no solo no desaparece, sino que por el contrario, se almacena en la profundidad de nuestro inconciente y demanda salir siempre disfrazado de multivariadas e irreconocibles formas, para no provocar dolor en nuestra vida conciente. Vivimos de un pasado que probablemente no existió como creemos y lo adaptamos a un presente triste, pero cómodo e ineficiente.
Con este panorama, es muy difícil cuando no imposible, prever acontecimientos próximos futuros, prepararse para su solución y evolucionar.
Resulta más fácil justificar una amarga experiencia de vida que cambiar las circunstancias que la provocan, justificar y crear misterios en certezas, es una
fórmula de fracaso tomada como éxito.
En un dolor físico se puede estar abriendo una hendija del pasado por la que pretende salir un recuerdo furioso y mal entendido, que produce desde años una amargura crónica, un vivir que es un sinvivir, pero nos acostumbramos.
El cansancio parece un compañero, la tristeza una identidad y el enojo una forma de comunicación, pero el cambio y la adaptación a lo nuevo un cruel enemigo ¿rara paradoja de nuestra existencia? Nuestra existencia corporal, narra una mentalidad que no puede ver aquello que es obvio y sí alucinar de formas complejas realidades inexistentes pareciendo verdades indiscutibles, por ejemplo: el dolor físico es solo dolor y nada más que eso.........ver más allá implica cambiar y evolucionar.
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