¿Podemos hablar de la espiritualidad del dolor?
Entendiendo por espíritu la definición de Frenkel, “aquello que surge de la materia”, en el caso que nos convoca, la materia es el cuerpo, de él emergen sensaciones producto de su neurofisiología, emociones originadas en su aparato psíquico, y también percepciones producto de la combinación de las dos emergencias anteriores y el aprendizaje de la cultura social donde vive.
Se conocen casos en la guerra de Vietnam de soldados que sufrieron mutilación, estuvieron sin atención durante horas y sobrevivieron, y otros que morían de pánico sin haber sido gravemente heridos.
Cuando se habla de dolor se habla de una expresión de la persona toda.
La suma de las distintas personalidades arma una cultura.
En la historia hubo pueblos fuertes y guerreros, y pueblos débiles y sometidos cuyos integrantes no soportaban el dolor.
Para muchos, pensar en los orígenes del dolor pierde importancia cuando el dolor desaparece, concepción errónea, porque sin duda el dolor reaparecerá porque no se han enfocado sus causas, lo más importante es entender que no existe el dolor, sino los dolores.
Con esto no me estoy refiriendo a la diferencia entre el dolor de una quemadura o el de una lumbalgia, sino que los dolores son la representación de las personas que lo sufren, y lo que es más importante aún, del momento en que las personas lo sufren.
Una misma persona a lo largo de su historia puede reaccionar de forma distinta a un mismo dolor, ya que si esta hizo un proceso de aprendizaje donde puede manejar el proceso de percepción del dolor, seguramente también podrá manejar la intensidad de este.
Si esta persona hace un proceso de aprendizaje sobre la percepción en si misma y se maneja positivamente, con las experiencias anteriores actuará en consecuencia a las soluciones aprendidas.
Pero si ha recrudecido el mal manejo de sus emociones y ha hecho de la negatividad una forma de vida, nos encontraremos con una persona que ha hecho del dolor una forma de expresión de su modo de vida.
Con esto no me quiero referir a aquellas personas que frente a un accidente sufren más el dolor que otras, en esto influirán cuestiones biológicas, mayor o menor número de exposiciones a situaciones dolorosas físicas; no sufre igual el dolor de los golpes una persona que ha practicado deportes de contacto, que una persona que siempre ha sido sedentaria y no ha practicado deportes.
Seguramente una persona que ha trabajado en minas o en el campo, soportará mejor el dolor que una persona que trabaja en las urbes en tareas que requieran del esfuerzo intelectual y no el físico.
Cuando me refiero a las personas que hacen de la expresión del dolor y viven pendientes de este como forma de vida, son aquellas que no pueden relacionar su dolor con sus sentimientos ya que precisamente el dolor es el factor de distracción que les impide pensar en los sentimientos que no pueden resolver, por lo que transforman de manera inconsciente emociones en dolor, un verdadero espíritu de dolor o sufrimiento en forma de actitud repetitiva de la que no pueden salir, porque no quieren saber el origen.
Esa idea grabada en el inconciente que en la conciencia se hace insoportable, mucho más que el dolor físico.
Este es solo un emergente que recuerda en forma de metáfora la idea traumática vivida y olvidada en la profundidad del ser psíquico.
Una vez más es bueno remarcar que recordamos aquello que podemos soportar, pero aquí es para destacar que aquellos hechos vividos en el pasado y resultan insoportables en la conciencia se olvidan, pero no desaparecen, serán recuerdos inconcientes que aflorarán trasformados en síntomas.
Cuando hablamos de emociones, hablamos de emulsionar, sacar afuera, nuestro cuerpo cuenta con una gruesa capa muscular y en ella se pueden depositar estas emociones que no logran salir al mundo exterior, pero sí salen de nuestra cabeza y se quedan depositadas en las tensiones musculares.
Veremos cómo esto se transforma en patologías concretas, pero también cómo no confundir esas patologías concretas como la fuente única del dolor, sino por el contrario, como la expresión culminante de todo un proceso que se inicia en nuestras emociones explotando en los eslabones mas débiles de nuestro cuerpo, de acuerdo a la genética o el tiempo cronológico de nuestra vida.
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