PostHeaderIcon Antes del dolor

Nuestra estructura psíquica, está formada en por una cantidad de neuronas de la corteza cerebral, parte del tálamo y lóbulo límbico. Estas tres áreas interconectados entre si, dan un lugar de refugio a recuerdos profundos.
Estos recuerdos son primarios e intensos, y se originan en hechos ocurridos en los comienzos de nuestra vida y sus primeros años.
Aquí se perciben en los inicios de nuestros tiempos, entre otras situaciones, las perturbaciones violentas de nuestro cuerpo, almacenándose como emociones dolorosas.
Estas tienen dos imágenes representativas en nuestro cerebro. Una, la local, que corresponde al sector corporal dañado, y la otra imagen es la de todo el cuerpo en estado perturbado por la emoción dolorosa.
La yuxtaposición de ambas imágenes es la emoción del sufrimiento.

Hay cierta conciencia del ser doliente en esta situación, conciencia de sufrimiento, pero también cierta o cuasi amnesia de los sentimientos por los que se sufre, la impresión conciente del dolor supera toda memoria de sentimiento, una verdadera necesidad  de atribuir en exclusiva el síntoma que se padece a causas biológicas, en particular en dolor crónico.
Cuanto más se recuerde el dolor primario o esencial, más posibilidad de olvidar y dejar de sufrir se tendrá.
Es necesario recordar para luego olvidar armoniosamente, en lugar de negar el hecho que trastorna todo nuestro ser. El síntoma es siempre un emergente, nunca el problema total.
En los sentimientos están los cimientos de nuestros pensamientos, tanto los conscientes como los inconscientes.
Muchas sensaciones construyen sentimientos, varios sentimientos construyen emociones.
En la emoción del dolor hay recuerdo y olvido, mas la expresión del estado de una persona en su parte dolorosa y en todo su ser sufriente.
Emocionarse es emulsionar, sacar afuera, sea por risas, lágrimas o dolor.
Indagar en la emoción del dolor, es bucear en el olvido para recordar.

Es normal que la sociedad hable con respeto desde hace décadas del electroencefalograma. Es un estudio que mide y representa gráficamente la actividad eléctrica del cerebro, producto de sus funciones.
Paradójicamente, una persona agobiada con sus pensamientos, emociones y sentimientos que se producen en el cerebro, no es reconocida como una persona con sobrecarga eléctrica y que esta siga la vía natural del aumento de tensión de sus músculos; éstos verdaderos acumuladores de los excedentes, son órganos de expresión de los estados de ánimo y sentimientos.
Se desprende que la tensión muscular originada en el stress de la angustia o ansiedad es un trauma originado en el cuerpo, contra sí mismo y no de origen traumático externo. Estas las vivimos desde la gestación en adelante, así como existen las enfermedades autoinmunes, también existen las tensiones miofasciales provocadas como capas defensivas innecesarias, que terminan lacerando.
A estas tensiones las llamaremos tensiones parasitas.

Muchos se aferran al dolor o al mareo, a un síntoma recurrente que lo explican con lujo de detalles casi obsesivamente y reiteradamente.
Ese síntoma con verdaderas causas biológicas pero nunca exclusivas, que no resuelve ningún medicamento, ni estudio que lo explique, parece la línea que separa la felicidad del sufrimiento.
La expresión “el día que se vaya seré libre, seré feliz”, resuena constantemente.
Pero es más tranquilizador seguir con un fármaco que fracasó, que reconocer la realidad agobiante, el sentimiento perturbador y enfrentar el cambio.
Los síntomas no dan derechos, son signos que obligan a bucear en la profundidad de nuestras emociones y los efectos de estas sobre el cuerpo.
Cuando se niega esa acción, se pueden realizar muchos tratamientos, pero no una solución.
Psicologizar la biología es tan inútil, como mecanizar las emociones.

El grito y los gestos, son la apariencia escenificada del dolor.
Los gritos, son cierto, son una fuga, una descarga ¿pero a quién gritamos?
Primero a nosotros mismos, nos declaramos sobrepasados y desde ese lugar pedimos ayuda, expresamos el sufrimiento. Los gestos ayudan a recrear la escena.
Si no hay concordancia entre el dolor, los gritos y gestos, la escena será creíble, poco creíble, o desacredita al verdadero dolor.
En la exageración no falta dolor, aparecen las esencias del ser, desbordado por su vida pidiendo ayuda mucho mas allá de la causa biológica que originó el dolor.
En los gritos y sus palabras más sus gestos, el ser sufriente nos dice quién era antes del comienzo de su dolor.
Entonces la ayuda debe contemplar un pasado, una memoria que esconde sufrimiento y encontró un orificio de salida.
Muchas veces el dolor llena vacíos, luego emerge como un símbolo de toda una vida desbordada.

 

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